El domingo comenzó como suelen empezar la mayoría de mis días: atareado. Con un bebé en casa, siempre hay algo por hacer, y esta vez estábamos un poco atrasados. Teníamos un evento especial planeado: nuestro domingo en tribu, una sesión de fotos primaveral junto a nuestras amigas y amigos, donde el dress code era tonos pastel. La idea era reunirnos, compartir y, por supuesto, capturar algunos momentos memorables con nuestros pequeños, quienes ya están tan grandes.
Entre preparar todo lo necesario para Dante, nuestro hijo, y organizar lo básico para nosotros, el tiempo voló. Nos encargamos de llevar algo para que él comiera, mientras que sabíamos que podríamos comprar algo para nosotros al llegar. Aunque llegamos un poco tarde, lo importante es que llegamos, y el ambiente que nos recibió fue de pura alegría y amor.
Ver nuevamente a nuestras compañeras y compañeros de tribu fue un momento de profunda conexión. Con muchas de ellas comenzamos juntas en círculos de mujeres gestantes, compartiendo experiencias y crecimiento personal. Hoy, nos volvemos a encontrar, pero esta vez con nuestros hijos e hijas, que han crecido tanto desde la última vez que nos reunimos. Fue maravilloso ver cómo interactuaban, corrían y exploraban su entorno con la curiosidad y la energía propias de su edad.
Dante, como siempre, fue un pequeño explorador. Es un niño extremadamente sociable y activo, por lo que Martín y yo pasamos buena parte del tiempo corriendo detrás de él. Pero no me quejo: verlo disfrutar, reír y desenvolverse con otros bebés es una de las cosas que más me llena de felicidad. Cada sonrisa, cada risa compartida, es un recordatorio del amor que se respira en estos encuentros.
Después de la sesión de fotos familiares, donde logramos capturar momentos que quedarán grabados para siempre en nuestras memorias, llegó el turno de las fotos grupales. Nos organizamos para crear una imagen que representara el espíritu de nuestra tribu: unión, amistad y crecimiento. Fue un momento hermoso, lleno de energía y conexión.
Más tarde, cerramos el día con un círculo de mujeres y uno de hombres. El tema central de nuestra reflexión fue el autocuidado. Al compartir nuestras experiencias, nos dimos cuenta de lo difícil que resulta dedicarnos tiempo a nosotras mismas. Entre ser madres, trabajar y gestionar el hogar, a menudo nos olvidamos de que también necesitamos cuidarnos, amarnos y respetarnos. Recordé que mi último momento de autocuidado fue un simple almuerzo en soledad, mientras Dante y Martín dormían. Decidí aprovechar esos minutos para disfrutar cada bocado, ver una serie y desconectar, aunque solo fuera por un breve instante. Esa pausa fue tan necesaria como revitalizante.
Con este círculo, reafirmé la importancia no solo de compartir con nuestra tribu y nuestras familias, sino también de darnos tiempo para nosotras mismas. Este domingo en tribu fue una oportunidad para recargar energías, reconectar con nuestras raíces y, lo más importante, recordar que el autocuidado es esencial para nuestro bienestar emocional y mental.
En resumen, mi domingo fue una mezcla perfecta de alegría, conexión y reflexión. Me quedo con la certeza de que cuidar de nosotras mismas no es un lujo, sino una necesidad. Estos encuentros no solo nutren el alma, sino que nos recuerdan lo valioso que es contar con una comunidad que te apoya y acompaña en cada paso del camino.